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«Tanto que no existe en la faz de la tierra, tanto que no puede satisfacerlos, y así, por sus expectativas, quedan siempre decepcionados.»
Nerón, el poeta sangriento (1922) retrata la vida del emperador Nerón, el poeta diletante que en vano aspira a captar la belleza y, frustrado, se convierte en preso de sus oscuros instintos y en un déspota sanguinario.
Kosztolányi presenta de forma magistral un cuadro vivo de la antigua metrópoli de ese período, así como de la sociedad de la época, al mismo tiempo que retrata de forma escalofriante el dramático cambio psicológico del emperador de un joven ingenuo en un déspota cruel, tratando de manera lúcida un tema eterno y siempre actual: cómo el poder es capaz de pervertir a una persona, y cómo el fracaso personal puede conducir a la tragedia en toda una sociedad.
Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González Trevejo // [n] 2021 // ISBN 978-84-121975-2-5 // 424 páginas // 22,00 €
Nerón, el poeta sangriento
DEZSŐ KOSZTOLÁNYI
Marginalia
No es la voluntad, sino el furor
Múnich, 4 de junio de 1923
Estimado Kosztolányi:
Con emoción acabo su manuscrito, esta novela del emperador y del artista, porque con este texto ha, con su poderoso y delicado talento, cumplido o incluso superado las expectativas despertadas desde la publicación de los relatos de Die magische Laterne. Su ascenso difícilmente puede sorprender a aquellos que ya han disfrutado leyendo sus primeros trabajos. Pero de todos modos, me gustaría describir su Nerón como sorprendente, agregando que en mi mente esta palabra, cuando se trata de creación artística, es un gran cumplido. Esto significa que esta obra es más que un simple producto de la cultura húngara o europea; lleva claramente la impronta del atrevimiento personal, proviene de una soledad valiente, toca nuestras almas por su fuerte originalidad y por una humanidad tal que nos duele a fuerza de ser verdad. Esta es la esencia de la poesía y su poder. El resto es solo academicismo, máxime si pretendemos ser revolucionarios.
Nos ha regalado, en esta forma apacible que le es habitual, una obra libre, llena de ardor, de cierta manera inesperada, que refleja la vida de la época que ha estudiado con detenimiento sin buscar ni un segundo los efectos teatrales, sin traicionar ni un segundo la erudición arqueológica, porque todo es natural y se da por sentado. Aquellos a quienes usted ha puesto en escena bajo la forma de personajes históricos son seres humanos, cuya interioridad se abre a los abismos más profundos.
En esta novela de doloroso diletantismo hasta la sangre, comparte con nosotros sin vergüenza y malicia todos sus conocimientos sobre el arte y la vida de un artista, y al hacerlo se sumerge en el abismo, junto a toda la melancolía, a todo el horror y a todo el ridículo de la vida. Ironía y conciencia: los dos elementos son uno, y este es el fundamento de la poesía. Nerón a menudo es salvaje, desproporcionado, grandioso en sus desesperados fracasos; pero como personaje, coloco por encima de él a Séneca, ese poeta cortesano, sofista del autodominio que, sin embargo, fue un verdadero sabio, un gran hombre de letras, y cuyas últimas horas me han abrumado, como pocas cosas en el arte o en la existencia. Igualmente magnífica es la escena en la que el filósofo y el emperador se leen sus poemas y se mienten recíprocamente el uno al otro. Pero esta escena no se puede comparar con esta otra, toda impresa de una profunda melancolía, y que es la que prefiero en la obra, aquella en la que Nerón, en su creciente furia y martirio, herido en el fondo de su ser, intenta en vano ganarse la confianza fraternal de Británico, que posee la Gracia y el Secreto, que es poeta y que, con ese egocentrismo extraño y tranquilo, peculiar de los artistas, rechaza con indiferencia al violento e impotente emperador, empujándolo a su fin. Sí, es hermosa, es magnífica, es magistral. Y hay muchas cosas de este nivel en la novela que atestiguan su especial familiaridad, no solo con las profundidades del alma, sino también con la vida en sociedad: con un simple gesto, sin esfuerzo, hace surgir escenas e imágenes de la vida de la antigua metrópoli que expresan críticas sociales particularmente notables.
Estoy feliz, querido Kosztolányi, de poder ser uno de los primeros en enviarle mis mejores deseos para este maravilloso trabajo. Siguiendo a todos estos escritores que, desde Petőfi y Arany hasta Ady y Móricz Zsigmond han hecho tanto por el prestigio de las letras húngaras, aporta una nueva distinción y, mejor aún, une su joven nombre a la lista de los que construyen la vida del espíritu y la cultura europeos.
Suyo cortésmente.
Thomas Mann
—greylock