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«En el eterno retorno de la poesía, podríamos imaginar a Laura Riding como hija de Gertrude Stein y William Blake, figuras de resistencia radical a una poética normativa (patriarcal), que evitan tanto las observaciones empíricas de un mundo cognoscible como las meditaciones interiores de una búsqueda del yo. Torpemente disonantes y a menudo misteriosamente opacos, los poemas de Riding son experimentos inquietos, en los que el lenguaje es una fuerza sin género, que refutan las epistemologías ordinarias del significado. Casi un siglo después de ser escritos, los poemas de La ceñida corona (1926) ofrecen a nuestros ojos contemporáneos un encuentro crudo con la esencia elemental en su búsqueda de capturar “nuevas sorpresas y espíritus”».
—Ann Lauterbach
«Riding creía que la poesía tenía que volverse antisocial, no mercantilizada, respondiendo a sí misma, para ser fiel a su vocación: decir la verdad.»
—Benjamin Hollander, The Brooklyn Rail
La corona ceñida fue publicada en 1926 por Hogarth Press de Leonard y Virginia Woolf. Compuesta por poemas escritos cuando tenía veinticinco años, prepara el escenario para el resto de la obra de Laura Riding.
Esta edición incluye, además, el primer manifiesto poético de Riding, «Una profecía o una súplica» (1925), que establece el contexto de los poemas.
De la misma autora: Los expertos están perplejos [t].
«De las dos flores de la pena.»
«Una profecía o una súplica.»
LAURA RIDING
La ceñida corona
Traducción de Eva Gallud // [c] 2024 // ISBN 978-84-126633-7-2 // 104 páginas // 15,00 €
No es un alarde vacío
Laura Riding dejó Nueva York el Boxing Day (segundo día de Navidad) de 1925. Llegó a Plymouth el 3 de enero de 1926, a las cinco de la mañana de un domingo, para viajar en tren a Paddington, Londres, donde fue recibida por Robert Graves. Llevaba consigo una colección de poemas, algunos ya publicados en revistas, muchos de ellos en The Fugitive, donde Graves los había leído después de que un amigo se los mostrara, y algunos otros poemas completamente nuevos. En ese momento, su nombre de casada era Laura Gottschalk, que extendió a Laura Riding Gottschalk. Estos poemas eran de La ceñida corona, publicados por Hogarth Press, de Leonard y Virginia Woolf, en 1926, en parte debido a que Graves los conocía, con el nombre «Gottschalk» tachado en la portada.
La ceñida corona, junto con un ensayo que publicó en The Reviewer, en 1925, «Una profecía o una súplica», sienta las bases para el resto de la obra de Laura Riding desde ese momento hasta su muerte en 1991, un cuerpo de trabajo notable por su integridad y continuidad. Juntos proporcionan la clave de por qué su poesía, pero también el resto de su obra, es tan diferente de la de otros poetas, entonces como ahora, hasta el punto de que algunos la han juzgado imposible de leer o seguir, mientras que, como se verá, es de las más sencillas. Desde el principio fue brillantemente clara, en «Una profecía o una súplica», sobre que el camino a seguir en poesía tenía que ser diferente al de un Keats o un Shelley, un Yeats o un Eliot. La poesía, señala, siempre se ha escrito según una fórmula aceptada de mirar el mundo y escribir desde él, lo cual es una experiencia en la que somos objetos pasivos de una fuerza a la que nuestra naturaleza no ofrece resistencia pero transmite el impacto del impacto a las funciones de la poesía. En esta definición, no somos más que una corriente de paso entre la fuente que es la vida y la salida que es la poesía. El clima de este arroyo, su ligero oleaje y vientos y sus refugios temporales constituyen la noción de belleza. El artista de este estado de ánimo no lo ve como una inagotable infinidad de la fuente cuya totalidad es capaz de reconstruir a partir de su visión parcial de ella o como el molde último del misterioso recipiente en el que fluye la vida. La cualidad de la belleza es más bien accidental, un sabor peculiar de la propia alma del poeta, un fenómeno aislado, el sabor de un vino más que el pulso mismo de la sangre corriendo. El sabor puede ser el que agrade el capricho del momento. No existe una forma eterna, ningún ideal. Algo vago como una inundación se derrama sobre el ser, algo en exceso que se vuelve insoportable hasta que la poesía, como un viejo flebotomista, realiza la operación que deja salir la magia o el fluido maldito. Es esta actitud hacia la vida la que ha inspirado a casi todos los poetas que han sufrido o se han regocijado al vivir y han clamado en el arte. Para el poeta de la tradición clásica el arte es la medida de autocontrol frente a la violencia de la existencia matizada por el «sabor peculiar del propio alma del poeta».
En el breve espacio de este ensayo, ella le da un giro completo a la poesía, para sí misma aunque no para nadie más en esta etapa, pero con los siguientes poemas de La ceñida corona, las consecuencias en su pensamiento y obra, tienen profundas implicaciones no solo para los poetas sino para toda la tradición de pensamiento occidental. Para ella, «la función del poeta, de la mente poética, es más inductiva que deductiva».
Los poetas, los amantes de la poesía, los críticos, se resisten a este repentino cambio del terreno en la poesía, sintiendo el augurio del terremoto detrás de él, al mismo tiempo que intuyen que podrían tener que hacer casi tanto trabajo como el propio poeta para seguir su camino. Además de esto, también se niegan a aceptar que una palabra signifique, literalmente, lo que dice, un problema que Riding resolvió en el «Prefacio» de sus Poemas completos de 1938, donde insta al lector a leer sus poemas «literalmente, literalmente, literalmente, sin brillo, sin brillo, sin brillo».
Los lectores y, junto con ellos, los críticos, deben comprender que la concentración y preocupación en su trabajo sobre el lenguaje y las palabras surge directamente de su confrontación con el mundo y el universo con nada más (podríamos arriesgar que no podría haber nada menos) que su voz mentalizada
Una poesía así invita al interés seguido de cualquier cantidad de preguntas. No es el tipo de poesía que describe cosas —un poema sobre la naturaleza, un poema de amor, un poema sobre la experiencia sensorial—, sino un poema que atrae al lector a su curso de pensamiento en lugar de proporcionarle una sacudida emocional de algún tipo.
La negativa a aceptar literalmente sus significados ha sido la pesadilla de todos los críticos, con la rara excepción de unos pocos, lo que ha llevado a un temor generalizado hacia su trabajo. Ahora, casi cien años después de que aparecieran en sus Poemas completos en 1938, los poemas de Laura Riding siguen siendo, en términos generales, un misterio para sus lectores. Este es su poder.
—Mark Jacobs
Texto reproducido con el permiso del autor.
Extracto de la «Introducción» que aparece en la edición en inglés de La corona ceñida de Ugly Duckling Press, 2020.