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«He renunciado a cualquier intento de rozar la perfección», proclama Coșovei en Nieve eléctrica, y, mirándolos a más de treinta y cinco años de distancia, sus versos tienen el valor de una declaración poética de un joven autor díscolo y temperamental. Poeta de apariencia en ocasiones goliárdica, cada vez más recluido en sus últimos años, pero que sigue siendo tan chispeante y despreocupado en los mejores poemas que publicó en sus últimos libros, de los que Dună ha hecho una selección acertada y equilibrada.
Tenso y juguetón, eternamente enamorado y sarcástico citadino, tratando sus angustias de manera irónica, Coșovei se mantiene siempre inventivo y con cierta inclinación hacia imágenes escapistas. Escribe con afán insaciable, disfrutando de un contexto socioliterario favorable, pero también con la inteligencia y la audacia de un artista dotado de humor y de una convicción veraz en la poesía, que arrastra al lector en cada texto que escribe.
«Escribo solo para recordar. Mis poemas son un diario de recuerdos retraídos».
—Traian T. Coşovei
TRAIAN T. COŞOVEI
Elegías por un pedazo de yate
Traducción de Elena Borrás García // Selección de poemas de Teodor Dună // [c] 2022 // ISBN 978-84-121975-7-0 // 208 páginas // 21,00 €
El buen chico malo
Claudiu Komartin
Artículo aparecido en la revista Timpul (n.° 196/julio y n.° 197/agosto 2015), con motivo de la publicación, en rumano, de Elegías por un pedazo de yate de Traian T. Coșovei.
Reproducido con permiso del autor.
Komartin es redactor de la revista Poesis International, uno de los referentes en literatura contemporánea. Desde 2019 es vicepresidente de PEN Rumanía.
Traducción del rumano de Elena Borrás García.
A principios de los años 2000, en pleno apogeo del conflicto entre la Generación de los 80 («desenmascarados» en los textos de los fracturistas como excesivamente técnicos, poco sinceros y carentes de ingenuidad) y los poetas que en ese momento estaban en las barricadas de la afirmación de una nueva generación, descubría, siendo un jovencísimo lector, todo un continente literario que más bien conocía por esbozos parciales y parciales. Por aquel entonces me resultaba bastante difícil ponerme del lado de algunos autores de mi edad, demasiado ansiosos por forzar las reacciones de aquel poder establecido al que atacaban por todos lados, ya que me daba cuenta de que la generación anterior a la nuestra había producido algunas personalidades muy fuertes (y bastantes libros decisivos) que habían remodelado la forma de escribir y leer poesía en rumano en la última parte del siglo xx.
Mariana Marin fue una de las primeras poetas con las que me encariñé de forma definitiva tras leer su antología Zestrea de aur [La dote de oro] (2002). Ese mismo año, Traian T. Coșovei publicó Institutul de glasuri [El instituto de las voces], y Florin Iaru, Poeme alese (1975-1990) [Poemas elegidos (1975-1990)]. Un año después, Alexandru Mușina publicó Poeme alese (1975-2000) [Poemas elegidos (1975-2000)], y Mircea Cărtărescu, los dos volúmenes titulados Plurivers [Pluriverso].
Al leer y releer estos libros decisivos de poetas que ya habían alcanzado la madurez, me di cuenta de que ellos eran los principales literatos de los últimos veinticinco años, junto con varios autores que no pertenecían al grupo «lunedista»[1] (en primer lugar, Ion Mureșan, pero también varios escritores del grupo de los años 90, o del llamado «Club 8» —Cristian Popescu, Ioan Es. Pop, Daniel Bănulescu, O. Nimigean o Iustin Panța— a quienes la generación del 2000 evitó repudiar porque la batalla no era contra ellos). Por mucho que quisiera unirme a la causa de mis compañeros poetas (y por mucho que me atrajeran su energía y espíritu beligerantes), percibí que los miembros de la Generación de los 80 no podían ser indexados o agrupados en las agresivas generalizaciones de los jóvenes poetas (e ideólogos conjeturales) que representaban la «nueva ola». Creo que este hecho tuvo un gran peso en mi posterior evolución como lector, comentarista literario y joven poeta en busca de su voz, sus temas y su diferencia específica.
Pero ya ha pasado suficiente tiempo desde entonces para que se produzcan los necesarios (e inevitables) reacomodos y cribados en una literatura en la que hasta hace poco se ha desperdiciado tanta energía en «luchas de imposición». Los exaltados poetas jóvenes se calmaron al empezar a publicar sus libros y ser aceptados, premiados y antologados, de modo que los más virulentos luchadores de aquella época (Marius Ianuș y Adrian Urmanov) fueron los primeros en publicar antologías enormes, de 350-400 páginas, apenas unos años después de su debut (Dansează Ianuș [Baila Ianuș] y Literatură de consum [Literatura de consumo]respectivamente). Se diría, haciendo balance en frío una década después, que los líderes de la generación posterior al 2000 tenían mucha prisa por alcanzar a los de los ochenta. Las posteriores trayectorias de Ianuș y Urmanov son bien conocidas y cada cual puede sacar sus propias conclusiones de esta historia.
Traian T. Coșovei (1954-2014), pues sobre él escribiré lo que sigue, fue el enfant terrible por excelencia de su generación literaria. Es un hecho aceptado en el que no tiene sentido que insista. La reciente antología Elegii pentru o bucată de iaht [Elegías por un pedazo de yate] (Tracus Arte, 2014) ha aparecido menos de un año después de su muerte en una de las colecciones más elegantes de la poesía rumana actual, editada por Teodor Dună. Creo que hace justicia a este poeta de apariencia en ocasiones goliárdica, cada vez más recluido en sus últimos años, pero que sigue siendo tan chispeante y despreocupado en los mejores poemas que publicó en sus últimos libros, de los que Dună ha hecho una selección justa y equilibrada.
Autor prolífico —publicó dieciocho volúmenes de poesía (diecinueve, si se cuenta el Instituto de voces) y dos volúmenes de crítica, además del célebre Aer cu diamante [Aire con diamentes], junto con Ion Stratan, Mircea Cărtărescu y Florin Iaru, y que es todavía hoy un libro legendario de la Generación de los 80 rumana—, Coșovei sigue siendo en Aerostate plângând [Aerostato llorando](2010), cuyo título está tomado de un poema escrito en memoria de Ioan Flora, o en Arithmetica pleoapelor [La aritmética de los párpados] (2013), un poeta igualmente encantador, aunque perseguido por el espectro de un Apocalipsis inminente (esperando «el fin del mundo en una gasolinera»), de una oscuridad «con la bragueta abierta», después de que se hayan apagado las últimas «luces del aeropuerto».
Disfrutando de un contexto socioliterario favorable, pero también con la inteligencia y la audacia de un artista posvanguardista de gran movilidad, dotado de humor y de una convicción veraz en la poesía, que arrastra al lector en cada texto que escribe, Coșovei funcionó a finales de los años setenta y ochenta como fermento de la agrupación conformada en torno al Cenáculo del lunes. Hoy parece que el joven T. T. Coșovei escribía con afán insaciable, poeta desinhibido que pasó por la escuela de Voronca, aunque también buen conocedor de la poesía norteamericana (esta afirmación se puede acreditar no solo por su trabajo de fin de carrera sobre la Generación beat, sino también partiendo de su torrente de versos y de ciertas formas de construir la imagen poética). Fue el primero de los miembros de la Generación de los 80 en debutar (con la famosa Ninsoarea eléctrica [Nieve eléctrica], de 1979), inmediatamente recibido como una gran promesa de la poesía joven.
Nieve eléctrica coincide con el periodo inicial, de afirmación (aún tímida) de la nueva generación: Petru Romoșan (en 1977) y Emil Hurezeanu (en 1979) debutaron de forma precoz, pero estos dos poetas pueden verse hoy más bien como eslabones entre la promoción surgida en torno a la revista Echinox de Ion Mircea y Dinu Flămând (que habían debutado en 1971) y la nueva dirección, que se hizo cada vez más clara en la primera parte de la década de los años ochenta.
«He renunciado a cualquier intento de rozar la perfección», proclama Coșovei en Nieve eléctrica, y, mirándolos a más de treinta y cinco años de distancia, sus versos tienen el valor de una declaración poética de un joven autor díscolo y temperamental. La distancia entre la «Lección sobre el cubo» de Nichita Stănescu y este verso programático de Coșovei es, en esencia, la distancia entre el canonicismo de la Generación de los 60 y la Generación de los 80. En un poema como «El ángel de paisano» o en el conocido «El abuelo “entre deux guerres”» que conserva algo de la «Libertad de disparar con un rifle» de Geo Dumitrescu), Coșovei entra varias veces en diálogo con Nichita Stănescu, ese generoso maestro y amigo, dos décadas mayor, que apreciaba ya en 1978 en los versos de su joven correligionario «una inmensa y elevada pureza dura».
Pero las diferencias entre ambos ya están claramente marcadas: la forma en que Coșovei construye la metáfora (invocando ecos de las vanguardias redescubiertas medio siglo más tarde), la frivolidad y despreocupación que desprenden sus versos se encuentran con una disposición elegíaca («Todo ha sido borrado / todo ha sido olvidado / todo ha pasado todo / todo, solo la gran fotografía / tiene un agujero en la frente relleno con papel de periódico…») y una nostalgia disimulada en el lenguaje técnico de la «época» («Lo sé, sé que todo es muy tardío, / que todo forcejea entre dos discos electrostáticos, / pero ¿qué me decís vosotros? / Me enseñáis una composición de ruedas dentadas / y palancas y me decís: / Estos son tus padres»). Esto sucede tanto en los poemas en los que las figuras del padre o del abuelo hacen su aparición como en los poemas más fuertemente eróticos («Yo también soy un joven», de Aer cu diamante [Aire con diamantes]), más «de chico» (como los etiquetó en su día Marin Mincu).
Después: «Me acerco al vendedor de periódicos y le grito: / “dime por favor qué hay de nuevo, dímelo, por favor”, / (nada, solo las mismas eras glaciales revolcándose entre / dos abrazos de cavernícolas); / llegan los periódicos vespertinos, / corro y le pregunto: “qué hay de nuevo, por favor / qué hay de nuevo, dímelo…”». Persiguiendo la novedad, esas «noticias del universo» sobre las que escribió Robert Bly, Coșovei hace gala de una conciencia poética que le acerca aún más a los poetas estadounidenses de la generación beat y del Renacimiento de San Francisco (especialmente Kerouac y Ferlinghetti, más que Ginsberg, que tendría una influencia indeleble en la poesía del joven Mircea Cărtărescu), y la música de este poema se escucha mejor como una combinación de blues y romance valaco de fin de siglo.
Además, los topos preferidos del joven poeta proceden a menudo de otro espacio cultural, que conoce a través de la literatura norteamericana, pero que recorre con nervio y a veces con ostentación: «De noche, junto a la autopista brillante, / las luces de la ciudad parecen un enorme ordenador / calculando las menudas ecuaciones de / los apartamentos con agua caliente – / balcones y ventanas / camuflados por las ropas goniométricas de una / estación muerta e inabordable» (En «El rudio y la furia»). Es probablemente la primera vez en la poesía de posguerra escrita en rumano que aparece con tanta claridad la conjunción entre un mundo de autopistas y ordenadores, de cintas transportadoras y de «la gran fotografía del siglo», por un lado, y la realidad inmediata y concreta del mundo comunista con su «estación muerta», sus «barrios de escoria» y sus «comedores viejos, abandonados», pero también con el profiterol que se come «en la pastelería de la esquina».
Tenso y juguetón, eternamente enamorado y sarcástico citadino, tratando sus angustias de manera irónica («¡Ah, el maravilloso absurdo, el hermoso absurdo / del mundo contemporáneo!», exclama en un poema de 1, 2, 3 O...), Coșovei se mantiene siempre inventivo y con cierta inclinación hacia lo espectacular: todos los poemas están necesariamente llenos de imágenes escapistas construidas a partir de una abundancia verbal característica, al fin y al cabo, de todos los poetas del grupo de Aire con diamantes. Los volúmenes que se suceden en los años ochenta y la primera parte de los noventa (Cruciada întreruptă [La cruzada interrumpida], Poemele siameze [Poemas siameses], În așteptarea cometei [Esperando el cometa], Bătrânețile unui băiat cuminte [La vejez de un buen chico]) son enormes catálogos de imágenes espontáneas y desarrolladas, a veces exuberantes y exaltadas, a veces insinuantes y desoladas, pero siempre con la ventaja de proyectar al lector en un universo lleno de excitación y acción, en el que hace de las suyas «el chico malo que ha echado el guante – al fin – /a las cerillas de la casa. / (...) el que ha metido la nariz en la bolsa de somníferos de la familia, / el que alimenta con periódicos viejos a los pájaros de la ciudad – / (...) el que deja los grifos abiertos, las luces encendidas, / los cajones arrancados» y que, por la energía convulsa de su verso, hace «tartamudear a la muerte» cuando «todos en casa duermen y sueñan» («Bad Boy»).
[1] Lunedista: miembro del cenáculo literario que se llevaba a cabo en la Facultad de Letras de Bucarest. (N. de la T.)